jueves, 30 de diciembre de 2021

Yo, la anfitriona...

 


Mira, voy a ser todo lo breve que me permite mi cabeza que sea.

 Tu y yo nos hemos querido mucho, y hemos permanecido una al lado de la otra en contra de todas las opiniones iniciales. 

Somos distintas, diferimos a la hora de pensar, chocamos a la hora de actuar… y lo que para mí parece ser blanco y claro; para ti es negro y oscuro. Y eso nunca había sido un problema ya que respetábamos las creencias, las opiniones y los actos de la otra. O eso pensaba yo. 

Últimamente, cuando me encontraba contigo, me autocensuraba para no sentirme agredida por algunos de tus comentarios despectivos hacia lo que sabias que era importante para mí. Así que, en vez de enfrentarme a la situación, trate de ser comprensiva y justificarte; tu vida estaba cambiando y lógicamente tu con ella. Pero me hacías daño, me costaba hablar contigo, me sentía devaluada de una manera tan destructiva que comencé a no querer estar contigo; quería saber que estabas bien, que seguías luchando por todo lo que querías, pero nada más. (Quizás no sean las palabras adecuadas para explicar lo que sentía, pero no encuentro otras). Así que me centré en no sentirme mal conmigo misma y disminuir todo aquello que no era bueno para mí. 

No me sorprendió que no quisieses hablar conmigo, lógicamente estabas enfadada; creo que aun sigues enfadada. Me pediste tiempo a tu manera, “ya te llamaré en otro momento” me dijiste y eso te estoy dando, tiempo, todo el que quieras. 

Mucho tiempo atrás, aprendí a desaparecer para no molestar, es doloroso, muy doloroso y sé que hay relaciones que necesitan descansos para poder continuar, y en esos descansos algunas se pierden. Aunque yo no soy de las que se van, simplemente dejo de molestar.

Es probable que esto solo sean “autoexcusas” para que la situación no me afecte más de lo que quisiera admitir, pero sigo dándote tiempo, ese que me pediste.

Atentamente tu anfitriona…

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Habita en mí...

 

 “Abuela, no te has terminado de ir y ya te echo de menos. Los juicios entre las dos los llevábamos mejor, sólo necesitábamos mirarnos, y a veces, ni eso. Nos delataban nuestros comentarios llenos de sensaciones que poco a poco se convertían en cruda realidad. Unos decían que éramos “medio brujas”; otros se quedaban en la sencillez y decían que éramos malas al expresar nuestras prontas opiniones con gestos que no podíamos evitar o palabras impregnadas en primeras impresiones y un poquito de “sexto sentido”.

Hemos pasado mucho tiempo juntas, mucho. Hemos dormido en la misma cama muchas veces, cuando la vida nos vapuleaba y necesitábamos sentirnos seguras. Me has agarrado de las orejas en muchas ocasiones para corregirme. Nos hemos dicho muchas cosas, más veces en privado pero nuestro genio y la impulsividad también han hecho que lo hiciéramos en público.

 Los que me conocen dicen que soy capaz de soportar palabras y hechos, que solo me afecten a mí, de manera estoica, pero también saben que con los míos no aguanto nada, (ni tengo porqué hacerlo). Heredé una loba de ti que a veces da miedo.

Sé que estos días han sido difíciles. Tuviste que despedirte de alguien del que jamás te quisiste despedir. Y te dejaste para reunirte con él. Tú y él; y vuestras creencias.

No estoy enfadada abuela, pero…

Estos días, a pesar de todo, has estado ahí. Has visto y sobretodo oído comentarios injustos, crueles, interesados, malintencionados… sé que algún coscorrón has repartido. Incluso te oído gritarme: “¡¡di algo!!”; aunque sabias perfectamente que no era el momento. Y me has visto contenida e intentando no ser una nota discordante, tratando de ser resolutiva y decidida para evitar esa parte menos emotiva a la familia. No sé si lo he hecho bien, mi intención ha sido buena y no quiero palmaditas en la espalda. Alguien lo tenía que hacer, pero tú y yo hemos oído juicios maliciosos y ladinos que nos han hecho sentirnos injustamente mal. Aunque hemos logrado mantenernos en falsa calma y en silencio.

Abuela, necesito olvidarlos, esos comentarios. Necesito sacármelos de la cabeza si quiero seguir mirando como miraba antes de tu noche.

Abuela, siempre te creí eterna porqué me prometiste que siempre estarías y ahora soy más consciente que nunca que la eternidad es finita.”

 

Lo escribí a vuela pluma (como casi todo lo que escribo) la noche del 12 al 13 de septiembre justo antes de escribir lo que sigue a continuación.

 

“Te fuiste con los primeros rayos de sol, sin palabras, en silencio. Decidiste que para qué cumplir los 107 si estabas cansada. Nunca te gustaron las medias tintas: “o se hace con ganas o no se hace”. Supiste encarar tu tiempo con valentía, con descaro, sin filtros. Gracias por una vida plena, llena de luchas y alegrías; de logros y respeto; de genio y cariño. Nos enseñaste que si se quiere, se puede; solo hay que trabajar con tenacidad. Siempre con humildad, y con la cabeza alta. Con generosidad, con mucha generosidad. Capaz de rodearte de mucha gente sin importar clases sociales. Querida por muchos y admirada por todos.

Sabias que era tu momento. Sigue habitando en tu familia, en los que te querían. Que el tiempo siga contando que hubo una vez una mujer; una madre; una abuela; una bisabuela; una persona… que el tiempo siga contando que hubo una vez una Pepa.

Josefa Gómez Fraile, la Sra. Pepa, mi abuela murió el día 11 de septiembre de 2020 rodeada de cariño y en su casa como siempre quiso. Sé que no todos habéis podido despediros de ella y acompañarnos como os hubiera gustado, las circunstancias que vivimos no lo han permitido. Desde aquí muchas gracias a todos.”

Habita en mí.

lunes, 24 de agosto de 2020

Me tocaba un pie... ahora me toca el hipotálamo

 

Ayer me di cuenta de que necesito soltar estrés, o quemar adrenalina o …necesito algo que me libere (no seáis mal pensados) de los malos “pensamientos” acumulados. Deshacerme de este estancamiento que empieza a devorarme por dentro.

Ayer me di cuenta porque reaccioné de una forma poco habitual en mí a una situación que estaba casi controlada. Pero ahí fui yo, cual energúmena a decirle cuatro cositas a la persona que no paraba de chillar. Tengo que decir que no levanté la voz, pero aun así las formas me hicieron perder la razón, la mucha o poca que tenía y que a estas horas dudo de la importancia de esta.

Llevo mucho tiempo callada, oyendo y leyendo auténticas barbaridades sobre la situación política, social o sanitaria y la verdad es que lo que antes me tocaba un pie ahora me toca el hipotálamo de forma insistente y realmente molesta.

Me tocaba un pie que ciertas personas despotricaran contra la reacción del gobierno ante la pandemia. Ahora me toca el hipotálamo que las mismas personas que antes gritaban “arre” ahora chillen “so”. Y que conste que no estoy en contra de los cambios de opinión (es de sabios rectificar), pero ¡coño! no me digas que siempre has pensado igual.


Me tocaba un pie que la clase política lejos de remar todos a una, utilizaran la situación para atacarse unos a otros (unos con más acierto que otros, por no hablar de principios éticos o cataduras morales)Ahora me toca el hipotálamo que la misma clase política se dedique a señalar con ese dedo acusador, que les deben regalar en cuanto tocan un poquito de poder o ven un micrófono, las vergüenzas ajenas, cuando aún no han terminado de lavar las propias (digo terminado muy optimistamente intuyendo que empezaron a hacerlo).

Me tocaba un pie que hubiera dirigentes que lejos de tener un poco de coherencia (un poco, solo un poco) desvariaban inventando aviones o material sanitario o test fiables por no hablar de mascarillas (válidas) para la población o recursos públicos cercenados en post de …no sé de qué; izando el “yo más y mucho mejor que vosotros, inútiles”, y que abogaban por que el gobierno no tuviera todo el poder para gestionar esta pandemia en aras de las diferencias territoriales y la incidencia de la misma. Ahora; ahora me toca el hipotálamo que vuelvan a izar la misma bandera, pero del revés y con la misma coletilla. ¡Coño! no queríais la responsabilidad, ahí la tienes, gestionad todo lo que ibais a gestionar. ¡Ah! ¡claro! No será que no era tan fácil; que se puede meter la pata en muchas cosas; que hay que coordinar muchos frentes. Si alguien tiene que meter la pata que sea otro que ya estáis vosotros para señalarlo. Un poquito de humildad y sentido patriótico. No del que sentís vosotros, del que sentimos todos cuando nos tocan a nuestra gente; de ese que no tiene color político y si un poquito de humanidad y empatía.

Me tocaba un pie el discurso trabajado, meditado y manipulador que mediante información sesgada trataba de darle validez moral a lo orado, de verdad que me tocaba un pie porque pensaba que al menos había inquietud histórica en las palabras, solo faltaba leer un poquito más a todos para evitar el sesgo (hay que ser paciente). Ahora me toca el hipotálamo, (y vaya que sí me lo toca) ese discurso que incita al odio, anclado en el pasado para señalar y recordar. Con cierto repelús a recordarlo todo y no solo parte. A reconocer que por mucho que se empeñen en comparar, hay cosas que lejos de ser comparables son un insulto para la inteligencia colectiva de la población de este país y para su historia objetiva.

Me tocaba el pie que hubiera defensores acérrimos de la monarquía (parlamentaria) que seguimos teniendo en el país, el ritmo de la evolución no es igual en todos. Incluso entiendo que muchos de sus defensores se agarren (como a un clavo ardiendo) a hechos históricos muy importantes para la madurez democrática de este país y que han tenido como “protagonista” a la cabeza del estado. No le quito ni punto, ni coma. Pero me toca el hipotálamo (y sus alrededores) que no sean capaces de reconocer que los hechos acontecidos durante los últimos años no son dignos de esa magnificencia mal entendida que ha demostrado tener la emérita cabeza del estado, por no hablar del innegable egoísmo enfermizo o esos interminables discursos con retranca lanzados al pueblo para acallar su hambre de igualdad ante la justicia.

Como veis tengo los pies muy sobaditos, y os puedo asegurar que no me gusta nada que me los toquen, pero lo que ya no soy capaz de soportar es el manoseo de mi centro del control del estrés que por momentos está acabando con mi salud física y psicológica. Vamos que me siguen tocando el hipotálamo.

lunes, 17 de agosto de 2020

La Reunión de los Aborregados

 

- ¿Te pasa algo? Últimamente estas muy callada.

- Nada, no te preocupes. Simplemente no paro de darle vueltas a todo lo que está pasando. Aún no soy capaz de creer que estemos viviendo esto. -Dijo Lía mientras seguía removiendo la cucharilla en la taza ya vacía de café.

- Esta pasando. Nada más. No puedes hacer nada. Solo podemos intentar sobrevivir. No lo pienses, te pones triste y me preocupas mamá.

- La estupidez humana no tiene límites. El virus vino a intentar acabar con nosotros y encontró unos buenos aliados en parte de la población. Recuerdas cómo le quitábamos importancia el primer enero al virus, no iba a llegar a afectarnos, no éramos capaces de imaginarlo. Y en el primer marzo estábamos todos confinados. Mientras en hospitales y residencias contaban muertos. Y cuando pensábamos que habíamos doblegado la curva, llegó septiembre y coleó. Pensamos que era la segunda ola, y nada más lejos. Eran los últimos coletazos de la primera. El virus tenía aún mucho que demostrar y ¿qué hicimos? Volvernos a reír, dividirnos, señalarnos, olvidar, acusarnos y reunirnos. ¿Cuándo fue la Reunión de los Aborregados? ¿el 18 de agosto? - preguntó Lía a Gaia mientras levantaba la vista de la taza.

- 16 de agosto, en la Plaza Colón. La Reunión de los Aborregados. ¿Cómo llegó a tener ese nombre? - preguntó Mosi mientras se sentaba a la mesa y servía más café a su hermana y a su madre.

- Ese nombre terminó acuñándose meses después, cuando muchos de los asistentes reconocieron en redes sociales que se equivocaron al creer en lo que unas pocas cuentas de Twitter, Instagram, Facebook; páginas web y medios de comunicación contaban como cierto, certero o veraz. -Lía respiró como para coger fuerzas- Arrepentidos muchos utilizaron la etiqueta “aborregados” para disculparse. Pidieron disculpas, pero el daño estaba hecho- Lía no pudo evitar bajar la cabeza negando- Aquellas cuentas disfrazaron un objetivo oculto venido de otros tiempos, sacado de discursos obsoletos y retrógrados. Se valieron de personajes públicos venidos a menos y mal envejecidos. Aprovecharon el miedo; las ganas de volver a la normalidad para jalear ideas incongruentes. Llegaron a muchísima gente, unos contrastamos información y buscamos los orígenes de dichas ideas, pero sobre todo chequeamos el origen de las cuentas que vertían esa información. Otros simplemente se lo creyeron a pies juntillas por que iba en contra de todo lo que el gobierno o los dirigentes de sus comunidades trataban de implementar para tratar de mitigar los daños posibles. -Lía se llevó la taza a los labios antes de proseguir- Y se creyeron lo que decían y las siguieron como las ovejas al pastor. Los que estaban detrás solo tuvieron que soltar a sus perros para meter al rebaño en el redil. Aquel día Bosé y la ultraderecha hicieron caldo de cordero con una pandilla de descerebrados que jugando con la salud y la vida de todos se atrevieron a hacer una manifestación que trajo graves consecuencias. -Lía trataba de no arrastrar las palabras, pero no podía evitar su peso a medida que las pronunciaba.

- ¡Mamá! ¿tu, en contra de una manifestación? No puedo creerlo. Tú que siempre las has defendido, sean del color que sean- dijo Gaia en un tono que trató de que fuera lo más jocoso posible para quitar peso a lo que su madre narraba.

- Y lo seguiré haciendo. Todas las personas tenemos derecho a manifestarnos de una forma pacifica y respetuosa para enarbolar nuestras ideas y protestar. Pero aquello fue un sinsentido, un batiburrillo de gente que sabía a lo que iba, de personas que simplemente querían protestar contra el gobierno por ser quienes eran y seres que lejos de tener un mínimo de empatía con el resto de la población querían quitarse el bozal para poder berrear detrás de su amo. -Lía hizo una pausa antes de continuar- Hablaron de planes con falsas vacunas y nanorobots para controlar a la población, gritaron que querían ver el virus, vociferaron contra los resultados científicos de infectados; no se creían nada de lo que la comunidad científica decía y menos aún la gestión de las autoridades y sus objetivos. – Lía se revolvió en la silla antes de seguir- Imagino que ninguna de las personas asistentes a aquella absurda reunión había perdido por el virus a ningún ser querido en los meses anteriores.

-Mamá, todos vimos las imágenes, seguro que entre todos ellos había algún mentecato que había perdido a alguien, pero es más fácil culpar al gobierno de un plan oculto supremacista que asumir que un virus se llevó a tu tío, padre, hermano o amigo. No sé, mamá, lo que ocurrió aquel día fue un estúpido acontecimiento que pagamos todos. - La interrumpió Mosi, muy consciente de que su madre trataba de darle un sentido a todo lo acontecido después.

-Además, aquel día fue como si hubieran encendido la mecha- dijo Gaia en voz alta, mientras se echaba un poco más de azúcar en el café.

- Y la encendieron, no lo dudes. La humanidad había aprendido como enfrentarse al virus, más o menos. Incluso llegamos a creernos con mucha osadía que podíamos adelantarnos a él. De lo que no fuimos conscientes en ningún momento fue de que el virus, también evolucionó y nos ganó de la manera más cruel, dejándonos creer que lo teníamos casi controlado.


El día se apagaba fuera. Casi era de noche y solo eran las cinco y media de la tarde. Había sido una jornada llena de altibajos. La radio ronroneaba sobre la estantería de la cocina mientras el silencio inundaba todo. No podían evitar sentirse solos, como una nota no afinada en la sinfonía de un nuevo mundo.

martes, 4 de agosto de 2020

Ella





Se sentó frente al espejo y trató de ser lo más honesta posible consigo misma.

…quizás no le gustaba la imagen que el espejo le devolvía, pero era su imagen… Resignada fue un poco más allá de las canas, las arrugas, los kilos de más o aquella mirada cansada. Las últimas semanas la habían removido mucho. Había tenido tiempo de hacer pequeños balances, y muy a su pesar, no le terminaban de gustar sus conclusiones.

Cierto era, que su aspecto físico nunca fue uno de sus fuertes, pero quizás se había abandonado un poco, y no lo decía por sus canas, que le gustaban. Lo pensaba por esos kilos que habían encontrado su sitio, sus dolores de espalda continuos, o sus piernas hinchadas en cuanto el calor hacia acto de presencia. Quizás si su actividad física fuera de mejor calidad alguno de esos problemas se mitigaría.


Cierto era, que nunca fue de gatillo fácil a la hora de juzgar, aunque siempre confió en sus impresiones. Pero siempre había tratado de ser generosa y justa a la hora de emitir opinión sobre alguien. Ahora ya sabia a ciencia cierta, qué era capaz de tratar con delicadeza y generosidad, y qué con dureza y justicia (toda la que su duda existencial permanente le permitía). Seguía sin soportar las mentiras, y aunque antes prefería pasar por tonta o hacer oídos sordos, sobre to
do si venían de su entorno y no tenían importancia. Ahora se había vuelto intransigente ante la mentira, podía mantenerse callada, pero se retorcía en la silla y se le veía en la cara que no tenia intención de hacerse la tonta. Y el enfado que antes duraba un momento, ahora duraba días mientras se volvía tristeza y aislamiento.

Cierto era, que la injusticia siempre despertó su voz, alta y clara. Ahora la mantenía despierta, noche y día. Aunque reconocía en voz alta que no solo la injusticia la mantenía en vela. Su economía maltrecha y la falta de trabajo también se alimentaban de sus horas de insomnio. Repasaba y revivía las decisiones más importantes que tuvo que tomar tiempos atrás, e inventaba mentalmente nuevas vidas si sus decisiones hubieran sido otras. Y siempre llegaba a la misma conclusión, ahora no sería ella.

No sería la de la ropa desgastada, sin estilo, siempre cómoda.

No sería la de los pelos rizados y las canas foscas.

No sería la que duda a cada paso que da.

No sería la que anima a los suyos a seguir mejorando.

No sería la que se alegra de los logros de los demás.

No sería la que escucha, está y es fiel a pesar de los pesares.

No sería contradictoria, emocional o intensamente detallista.

No sería la de la sonrisa fácil y la palabra amable (cada vez más medida, por desgracia).

No sería la de la protesta auténtica y opinión contraria, “pero si tú crees que es lo que debes hacer cuenta con mi apoyo”.

No sería ella si esas decisiones tan transcendentales hubieran sido otras. Quizás se equivocó, …muchos lo piensan.

Pero está aprendiendo a alejarse de las personas dañinas a pesar del dolor, a decir que no, aunque le cueste una discusión interna eterna, a asumir sus contradicciones y sus emociones, está aprendiendo a elegir batallas.

 

Cansada de regodearse en sus pensamientos absurdos, se levantó y salió al jardín con una taza de café en las manos. Aun eran las seis y diez de la mañana. Pronto amanecería y todavía no sabía si debía hacer esa llamada o si por una vez se mantendría firme y fiel a si misma.

 


martes, 28 de julio de 2020

Jimena y el bicho inerte

{…mucho me temo que eres positiva y tu decisión de aislarte antes de los resultados ha sido muy acertada. Mañana te volveré a escribir, con los resultados de la segunda prueba. Mucho ánimo y paciencia”.

Así se despedía de mi hace un rato mi médica de cabecera. Mantenemos una relación bastante cordial y fluida. Con mi historial médico y con esta situación amedrentando todos los recursos sanitarios que antes utilizaba, decidimos que la mensajería instantánea suplía bastante bien, la consulta presencial.

Hace unos días estuve con unos amigos pasando la tarde en casa de uno de ellos que tiene un maravilloso jardín que nos permitía mantener la distancia y disfrutar de la presencia de los demás. No nos veíamos desde febrero, teníamos muchas ganas de estar juntos, y los abrazos no se pudieron evitar, más bien no quisimos evitarlos. La tarde estuvo llena de momentos emotivos, algunos habíamos perdido a alguien de la familia, y otros lo habían pasado con un estricto aislamiento en casa. También hubo risas y muchas conversaciones pendientes que por fin encontraron su tiempo. Enseguida nos dimos cuenta de que no todos habíamos reaccionado igual al confinamiento y a las medidas a tomar. Los había que habían hecho de su casa un bunker de seguridad y nada ni nadie entraba de la calle sin antes no sufrir una desinfección meticulosa y obsesiva: fumigación y limpieza de todos los objetos o productos que vinieran de la calle, supermercado o farmacia; zapatos y ropa a la lavadora y ellos directamente a la ducha; salían desde el principio con guantes y mascarilla (respetable, muy respetable). Otros habíamos optado por mantener nuestras casas y nuestras vidas seguras, pero sin llegar a esos limites tan obsesivos: solo salir para la compra y adquisición de medicamentos cada quince días aproximadamente y mantener una buena higiene de manos y guardar escrupulosamente la distancia social. Y también hubo otros que como no ponían en riesgo a nadie (según ellos) se saltaron todas las normas y salían a dar su paseíto diario porque no aguantaban estar en casa (no voy a hacer ningún comentario).

Curiosamente uno de los obsesivos, se había infectado, aún no se explica cómo. Y otro de los que tuvo que seguir trabajando, es celador en el hospital, también se infectó. Nadie más lo habíamos pasado, pero muchos de ellos se habían hecho la prueba recientemente por diferentes motivos, incluso el día antes de nuestra pequeña reunión que creíamos bien orquestada.

Cuando regresé a casa y después de una ducha, ya en la cama, repasé como cada noche mi día. Me gusta hacerlo para poder mejorar ciertas cosas y tirarme de las orejas por otras. Había sido un buen día, pero ya era muy consciente del riesgo que habíamos corrido al reunirnos, sí, habíamos tenido cuidado con vasos y comida, habíamos mantenido una distancia bastante prudencial, pero algo me decía que no era suficiente. Escribí un mensaje a un amigo que también había estado en la reunión para contarle mis inquietudes, y no tardó ni medio segundo en llamarme exagerada, aunque me confesó que también lo había pensado.

Los días pasaron y como el sabor de boca que nos había dejado esa tarde de verano había sido tan buena, algunos propusieron repetirla. Esta vez, no fui, me pareció que abusábamos de la confianza que nos brindaban los dueños de la casa y que tentábamos a la suerte por demás. Mis padres siguen conmigo y no quiero correr riesgos innecesarios, llamarme miedica o excesiva, pero tengo que pensar en ellos también. Al igual que yo, otros reaccionaron de la misma manera. Podéis imaginar quien fue a la segunda reunión: los que ya lo habían pasado, los que se habían hecho las pruebas y habían dado negativo y los que nunca ponen en riesgo a nadie. Se lo pasaron genial a juzgar por las fotos que enviaron. Me dieron mucha envidia sana, sus cervecitas, sus risas, la barbacoa, las tumbonas, los besos, los abrazos, las confidencias, los audios mofándose de los que nos habíamos quedado en casa… mucha envidia sana, aunque mi libro y mi café no se quedaran para atrás.

Unos días después comencé a sentirme mal, lo achaqué a cualquiera de las enfermedades diagnosticadas que tengo, no quise pensarlo mucho. Escribí a mi confidente médica y me dijo que empezara a llevar un diario, con lo que comía, cuándo iba al baño y a qué, horas de sueño, y temperatura. Nada que no hubiera hecho en ocasiones anteriores. Sólo que ahora había un bicho inerte por ahí, esperando cualquier absurda oportunidad para alimentarse de vida y daba un poquito de miedo. Junto con mi diario médico del cual daba buena cuenta a mi médica, había empezado a llevar otro con las personas con las que había tenido contacto en los últimos 20 días, y me sorprendió. No habían sido tantas como imaginaba. Mis padres, aunque no había estado con ellos sin mascarilla ni en un lugar cerrado. Una vecina con la que me tomé un café en casa mientras piponeabamos del vecindario (una costumbre un poco fea, pero nos reímos muchísimo y es una gran terapia antidepresiva). Había ido a la compra al supermercado una vez. Una vez a la farmacia. La fruta, por suerte, me la traen a casa. Y la reunión con mis amigos, unas quince personas.

Al tercer día, el diario cantaba el solito la posibilidad fehaciente de estar infectada, así que mi enfermera vino a casa con su traje espacial para poder hacerme la prueba.

Y aquí estoy, pensando dónde, aunque casi lo tengo claro, y avisando de mi situación a todos los que han tenido contacto conmigo. Ya me ha llamado un rastreador para hacerme mil y una preguntas, al que pido disculpas públicamente por alguna contestación subida de tono que le he dado, y agradecerle su infinita paciencia y sus consejos.

Finales de agosto y encerrada en casa.

Os podéis imaginar la dureza emocional que ha contenido la llamada a mis padres. Y todas las advertencias que les he hecho. ¡Madre mía! Estoy tan angustiada por ellos. ¿Y si por mi culpa enferman?

Sé que a pesar de saber qué tener que hacer, porque aleccionados estamos todos, y todos sabemos cómo debemos actuar para evitar la infección. A pesar de saber, he diluido la gravedad de la situación en el veranito, el calor, el querer tocar, la he diluido a pesar de saber… y por ese momento aplazable he puesto en peligro a mi gente. No sé si sabré brear con mi conciencia, pero de momento mi sentimiento de culpabilidad es infinito…}

                                    (Extracto del diario de Jimena)

Jimena murió entubada dos meses después de estas reflexiones, sin saber que sus padres también perdieron la vida días antes que ella.

El bicho inerte aprovechó aquella reunión y se distribuyó por 63 personas de las cuales 7 murieron. Sólo fue una reunión, pero una de las personas había dado negativo días antes, se había infectado en otra mini reunión mañanera con otras personas unas horas antes.

Procurad ser prudentes. Por favor.


domingo, 19 de julio de 2020

Yomas


Y llega esa persona (a la que voy a llamar Yomas, por darle un nombre genérico y auténtico), que es tu amiga, que está en tu vida desde hace tanto tiempo que no quieres ni calcularlo. Que no puedes evitar quererla; pero tiene el extraño poder de hacer que te salga humo por las orejas cual locomotora a punto de estallar.
Posiblemente viva lejos, o no la veas todo lo que te gustaría, porque a pesar de los pesares, la quieres. Aunque cuando está todo se vuelva convulso, caótico, y muy centralizado (en Yomas, por supuesto). Te dirá que es el pegamento que aún mantiene unida a la pandilla, que solo quedamos cuando aparece. Y de alguna manera puede que tenga razón, sin embargo, no es del todo cierto. La pandilla se ve cuando puede; cuando le apetece; cuando el acontecimiento así lo requiere; no por obligación. Y sin pregonarlo a los cuatro vientos.

(Si tengo que ser sincera, últimamente por obligación hago muy poquitas cosas, los esfuerzos poco apetecibles no los hago por cualquiera y lo de quedar bien, nunca fue conmigo, así que sacad vuestras propias conclusiones).

Pero volvamos a Yomas. 

Yomas es una persona resolutiva, generosa, comprensiva y muy social. Así es como se definiría. (Claro está, que estoy generalizando, pero seguro que me entendéis). Yomas llega y abre la boca; se le llena de palabras que relatan actos que ha hecho, o hará y sin querer, te descubres diciéndote a ti misma: “no se lo cree ni ella”. Pero te equivocas, Yomas sí se lo cree, de ahí su aparente éxito. Va por la vida a trompicones, todo a última hora, en el último momento, en la prórroga, y le sale, le sale bien. Y no te mosqueas por que le salga bien, te mosqueas por que siempre habrá implicado a otras personas para conseguirlo y habrá puesto patas arriba sus vidas por momentos (o días) para conseguir su éxito. Y no le importará, no lo valorará, no lo reconocerá. El éxito siempre será suyo y se pavoneará de ello.

Yomas omitió decir en su definición que también es una persona olvidadiza, pero con una característica muy especial. Yomas verbalizará de forma muy dadivosa algo que va a hacer por ti que luego jamás hará (se le olvidó), pero cuando cuente sus historias lo habrá hecho de forma generosa y totalmente altruista, sobre todo si tiene un público entregado a girar en su tiovivo. Y lo peor de todo, no es que no lo haya hecho, lo peor es que Yomas piensa que lo hizo y merece tu agradecimiento y el aplauso de todos por ello.

Yomas es una persona muy comprensiva, no tiene ningún problema en regalarte tu tiempo (perdón, escribí “tu”, quise escribir “su”). Llamas para contarle algo. Algo que te ha sucedido y que te tiene preocupada. Puede que sea un problema de salud, o familiar o de trabajo o de relaciones personales, no importa. Puede que Yomas te deje contárselo, incluso plantear las dudas y preocupaciones que te genera, pero, curiosamente, a ella le pasa lo mismo (corregido y aumentado) y la conversación (sin saber cómo) gira, gira en torno a Yomas, una vez más. Tras hora y media al teléfono terminará su monologo con un “te tengo que colgar, a ver si me llamas y me cuentas como te van las cosas”.

Yomas es una persona a la que la vida seguramente haya vapuleado en sus relaciones personales (no llego a entender el motivo) pero todo lo demás irá sobre ruedas, se lo habrá currado (y mucho) y le irá bien. Y en ese devenir, sus opiniones, conocimientos y su forma de expresarlos se habrán convertido en verdad absoluta, como el gusano en mariposa. Sin remedio, sin posible discusión, las cosas son así, palabra de Yomas.

Yomas es una persona honesta, no miente, o al menos no miente siempre. Todos decimos mentiras, en ocasiones. Incluso cuando afirmamos y aseguramos que no lo hacemos. Utilizamos falsas verdades en beneficio propio o para evitar ser juzgados o no causar preocupación a alguien. Y somos muy conscientes de ello, al menos algunos. Yomas es como todos los demás seres humanos, miente, utiliza falsas afirmaciones en beneficio propio o para evitar que alguien juzgue sus actos y ya. Lo de no causar preocupación se lo pasa por el arco de triunfo y lo de ser consciente de que ha mentido, ¡eso! eso se le olvida tan rápidamente que es capaz de volverte a mentir en la misma frase mintiéndote sobre su mentira. ¡Es un genio!

Yomas es una persona luchadora y mucho (al Cesar lo que es del Cesar). Las injusticias la revuelven. Mucho. No dudará en alzar la voz y protestar. Llamará a las puertas de las estancias más altas buscando resarcir el agravio y no cejará en su empeño. Sobre todo, si la injusticia se comete contra ella o sus intereses. Si no es así, más que revolverse, gesticulará con las manos un poco y lo dejará correr.





Yomas es Yomas. Y ahora mismo estará leyendo este pequeño “ensayo” analizándolo meticulosamente y afirmando que no conoce a nadie así. Y siento decirte que curiosamente todos tenemos una persona así en nuestras vidas a la que adoramos pero que hace que nos hierva la sangre y nos revolvamos en la silla. Y si tú no la tienes es que quizás, tú seas Yomas.



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